viernes, 18 de marzo de 2022

La inmensidad del estadio Universitario


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A Omar y José Armando Picón


Poco después de cumplir siete años, no tenía una idea clara de lo que vería el domingo 19 de marzo de 1972 en el enorme estadio Universitario. Primera vez en mi vida que presenciaría un juego de beisbol profesional, acompañado de mi padre y mi hermano mayor, que además no estaba en la programación regular de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional

Fue de las Grandes Ligas.

No formó parte de un encuentro oficial. Era una gira de pretemporada que hicieron los equipos Piratas de Pittsburgh y Rojos de Cincinnati. Un buen tiempo después, a finales de esa década cuando me interesé en leer sobre beisbol, supe que Piratas había ganado la Serie Mundial del año anterior. Y Cincinnati era una potencia que se conoció pronto como "La Maquinaria Roja". 

La inmensidad


Para ese niño todo, absolutamente todo era enorme. El terreno, las tribunas, la cantidad de personas... Nunca había visto tanta gente en un mismo lugar. Tal vez cuando me llevaron a una exhibición aeronáutica en Maracay, en la que mi mamá me atajó porque me quería montar en un helicóptero. 

A ratos no podía ver lo que pasaba en el campo (estaba ubicado por la tribuna y en la tercera base) cuando las personas se ponían de pie, gritaban a más no poder y me tapaban la visión del terreno. También lanzaban cervezas como locos. No me mojé y pienso ahora que mi papá y mi hermano tomarían las medidas pertinentes que ahora no puedo recordar.

Sobre beisbol apenas sabía que se debía batear y correr las bases hasta la goma, pero sin detalles del cómo hacerlo. A esta altura conociendo más la disciplina creo que aprendí mucho del deporte para la edad. También me parecía que los diminutos bateadores alzaban el madero como si fueran a tumbar un ave del cielo. No recuerdo ver una pelota desde el montículo hasta el home. Una esférica amarillenta (para mí) en un día soleado era algo invisible pero algunos magos parados al lado de un jugador que estaba agachado y esperaba el lanzamiento, lograban conectarla para el delirio de la gente que gritaba.

Los ídolos 

También recuerdo la alegría en el estadio cuando el anunciador emitía: 
- Bateador de turno: Víctor Davalillo.
Se entusiasmaban aunque con menor intensidad cuando se nombraba a David Concepción y a "Pit Rouse" (Pete Rose). Recuerdo los nombres de Clemente (sin Roberto), Pat Corrales, quien dirigió en las Mayores, y Manuel Sanguillén.

El resultado del juego no fue importante para mí ese día (la verdad, nunca), aunque sí me pareció sentir más simpatía por Cincinnati, ratificada años después al tener a Concepción como mi pelotero favorito y sus equipos de toda su trayectoria profesional: Tigres de Aragua y Rojos. 

Al terminar el juego, y luego de oír por primera vez términos como "inning", "jonrón", "out", "fly", "rolling" por parte de los expertos en lo que estaban viendo, Omar le pidió a mi papá permiso para que bajáramos al terreno y fue concedido. 

Eso parecía el recreo en un colegio grande. Había cualquier cantidad de niños de todas las edades corriendo sin sentido en ese terreno. Me paré en el home y vi a kilómetros las gradas, la zona donde la pelota iba de jonrón. Caí en cuenta de lo impresionante que era la fuerza de los peloteros para llevar tan lejos una bola tanto como Hércules o Maciste, los forzudos personajes de las películas de aventuras mitológicas en la época.

Coroné ese inolvidable domingo parándome en el home, para dar un imaginario batazo de hit a cualquier parte de los jardines. Corrí hacia primera base y creo que tardé como un cuarto de hora para alcanzar la inicial. A los siete años no estaba preparado para ser más rápido que Davalillo, Clemente o Concepción. Ni a los 10, 15 o 25 años pero ese día lo intenté. "Yo puedo, yo puedo, yo soy rápido", pensaba en la interminable ruta del home a la inicial.



No creo que tuve un amor a primera vista con el beisbol, aunque sí me relacioné con la afición deportiva en general. Por años presumí de que el primer juego visto por mí fue de Grandes Ligas y sacaba a relucir que fui testigo de la acción de esas leyendas aunque no lo supe ese día. Dos décadas después, por razones de trabajo, exactamente en 1992, viajé en helicóptero en representación del diario Meridiano para entrevistar a David Concepción. 

Ahora me encanta recordar las impresiones de un niño ante la grandiosidad de una edificación representativa de la ciudad, y con quienes compartí esta experiencia inolvidable, en el mes en que ambos, con un año de diferencia, dejaron de estar con nosotros. 

Gracias por llevarme al estadio.